¿Por qué los antiguos altares a veces están “enterrados” en cementerios?
Cuando una iglesia católica cierra sus puertas, es vendida o demolida, los objetos litúrgicos que contiene deben ser retirados de manera adecuada. En la mayoría de las ocasiones, estos artículos se reutilizan en nuevas iglesias, pero hay situaciones en las que no se encuentra un lugar adecuado para algunos de ellos.
Entonces, ¿qué sucede con un altar que ya no puede cumplir su función?
Primero, hay que recordar que cada altar recibe una bendición o consagración, otorgada por la Iglesia católica, que lo destina exclusivamente para su uso sagrado. Es sobre el altar donde el pan y el vino de la Eucaristía se convierten en el cuerpo, sangre, alma y divinidad de Jesucristo, siendo uno de los objetos más venerados en una iglesia.
De hecho, la consagración de un nuevo altar solo puede ser realizada por un obispo en una ceremonia solemne. Durante este rito, el obispo utiliza aceites santos para bendecir el altar y luego lo cubre con una prenda blanca, una acción que se asemeja en parte al bautismo de un cristiano.
De esta forma, el altar adquiere el carácter de "sacramental", es decir, un objeto que ha sido apartado o bendecido por la Iglesia con el propósito de santificar la vida de los fieles y celebrar los sacramentos.
Aunque un altar puede ser "desconsagrado" por la autoridad eclesiástica, sigue siendo necesario honrarlo. Especialmente la mensa, que es la parte superior del altar, merece respeto ya que es donde se celebró el sacrificio de la Misa.
Al igual que otros objetos sagrados, la mensa de un altar puede ser enterrada. Muchas parroquias optan por sepultar su antiguo altar en el cementerio, asegurándose de retirar cualquier reliquia de santos que pudiera estar en él.
Este acto reconoce el misterio espiritual que tuvo lugar sobre el altar y garantiza que se trate con la mayor reverencia. Además, es un recordatorio de que la Misa no es solo una recreación de la Última Cena, sino una auténtica representación de un único acontecimiento ocurrido hace casi 2.000 años.
En definitiva, el entierro de un altar antiguo subraya la importancia espiritual de la Misa y el impacto que tiene en el mundo, asegurando que se honre con el respeto que merece.
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